Una niña de cuatro años pasaba
silenciosamente por detrás de una columna del patio de su colegio,
observando bien a la que había sido su amiga, porque claro estaba que
después de aquello la odiaría.
Se sentía una fugitiva,
escapando de la justicia, que en este caso eran los profesores. Si la
pillaban la castigarían y no un castigo cualquiera, nada más y nada
menos que quedarse de pie delante de una columna, mirando como los demás
niños juegan y eso si que no lo aguantaría. No lo de ver cómo los niños
juegan y ella no, para eso hay solución, simple, cierras los ojos. Era
lo de estar de pie, ¡menuda tortura! Eso de aguantar quieta no se le
daba bien y no podía saltar, ni sentarse; osea que estaba perdida.
Algo
interrumpió sus pensamientos. Su amiga estaba sacando la prueba del
crimen de su bolsita, ¡y delante había una profesora hablando con ella!
Rapidamente
nuestra pequeña fugitiva se metió en los baños sin ver de cuál se
trataba, por suerte era el de chicas. Se metió en uno cualquiera, cerró
la puerta sin candar, cómo le había enseñado su madre y esperó a que
sonara la campana que sentenciaría el fin del recreo.
Sin duda no volvería a comerse las galletas de su ´´amiga``.
Paula Mansillas
No hay comentarios:
Publicar un comentario